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diumenge, 3 de gener del 2010

Hay fantasmas en el espejo

“Siempre quise inventarme una historia agradable. Agradable para quien sea, pero que suene bien”, dijo el fantasma. ¿Qué hay que responder a algo así? No es difícil encontrarse en una situación ante la cual uno oye una expresión así de superficial y claramente incorrecta, y no tiene las herramientas para deshacer tal mamarrachez. “Para eso está el trabajo del día a día”. Vaya, no me había dado cuenta, hay otro fantasma. Esto va de mal en peor, y ni siquiera sé cómo terminar mis frases...

A veces es mejor pararse a pensar dónde van los acentos. ¿Acaso no debería haber entrecomillado eso? Porque parecen las palabras de un fantasma.

En mi espejo no sólo hay un fantasma, ni sólo dos, ni sólo tres... Hay muchos y muy diversos, aparentemente. Salen del espejo de forma mágica (ésa es la explicación, y no hay otra, porque ésa es LA explicación). Hay quien diría que sólo salen cuando uno se mira al espejo. Pero eso sería una enorme falsedad, puesto que si salen o no cuando nadie se mira al espejo, es algo que nunca podremos saber. Hay cosas que no nos interesan, y eso lo tengo muy claro. Sea cuando sea (porque el cómo ya lo tenemos claro), salen los fantasmas y se dirigen a quien se esté mirando al espejo. Y dicen chorradas como pianos. Su actividad consiste en salir, decir una frase o dos, demostrando absurdidad y estupidez, y provocando en quien se mira al espejo una enorme rabia y ganas de repartir collejas, y luego se vuelven a meter, orgullosos de lo que sea que hayan dicho e ignorando su propia estupidez.

(Estupidez, estupidez, estupidez. Y ya son cinco las veces que se repite esa palabra en este texto. De momento).

“Hay que ver la de cosas que se dicen por ahí.” Y, desde luego, hay quien cree que los fantasmas llevan razón. Será que se querrán unir a ellos, o que son muy estúpidos, que para el caso es lo mismo. Sé reconocer a los que están de acuerdo con los fantasmas porque cuando hablan suelen utilizar coletillas, frases hechas, ideas hechas... como si todo lo tomaran prestado. Se me entiende, ¿verdad? “Somos lo que somos y estamos orgullosos de nuestra felicidad”. Y luego hay quien decide apropiarse directamente del quehacer de los fantasmas. Son gente que se mira mucho al espejo y creen que su propio reflejo es una parte de sí mismos que viene a representar lo que suponen es lo más importante que hay en ellos. Y esa creencia, o pensamiento, puedes llamarlo como quieras, se alimenta y retroalimenta de los constantes comentarios de los fantasmas del espejo.

“Eso es una metáfora. Claramente tiene un significado que hay que leer entre líneas”. ¿De castaño a oscuro? ¿El hambre con las ganas de comer? ¿Culo y mierda? Entre las líneas hay más de lo que parece, o, para no quedarnos en una contradicción, diré que habría que leer más allá de las líneas, o releerlas con otros ojos, o dejar simplemente de ver metáforas donde no las hay, o en donde no son lo más importante que hay. Porque las apariencias que vemos en los espejos sí que son una parte de quien las mira, pero no vienen a representar lo que mola más, es decir, son una metáfora, pero al nivel de lo de arriba, de lo superficial, por llamarlo de alguna manera. Es como cambiar un euro por un dólar en una situación de vida o muerte. Ante una imagen espectral como éstas que estoy describiendo, uno no debe olvidar que, aunque sean enormemente reales, vienen acompañadas por otras cosas que los fantasmas no tienen. “¿Otras cosas? Vaya, se nos ha colado uno que cree en lo transcendental. Fuera, no te queremos. No te queremos, fuera”, cuando en realidad, son ellos, los fantasmas, los únicos candidatos a pensar de forma transcendentalista, los que parecen poner objetos en un más allá que no identifican como tal. Porque son fantasmas.

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