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dimecres, 20 de gener del 2010

La barra de pan sublime

¿Quién la tiene? ¿Quién es el poseedor de esa maravilla romántica, de ese software desconocido que nos lleva de acá para allá? La simplicidad de su ser es suma y se ha hablado tanto de ella que es ya un tópico de tópicos. La barra de pan. Pero no una cualquiera; ésta es sublime. Sus nutrientes son bastante excepcionales. Y si no, que se lo digan a mi amigo Antonio.

No quedaba mucha cosa en la nevera, así que Toni tuvo que madrugar. Se levantó a las doce y media, después de haber estado dando vueltas en la cama durante más de media hora. A esas horas todo es diferente. Es todo más sencillo y no hay tanto que comprender. Simplemente hay que hacer el esfuerzo de levantarse y luego ya todo viene por sí mismo. Toni se lavó las manos y la cara, se tomó un par de galletas (para qué más, si no faltaba mucho para la hora de comer), se vistió y salió a la calle.

La panadera no estaba muy simpática. Tantas horas despierta la habrían llevado a pensar cosas que no debía. Pero a Toni eso le daba igual. Compró la última barra de pan que quedaba antes de que cerraran y volvió a su casa. ¿Tenía que hacer algo más? No lo recordaba. Bah, da igual, ya le vendría a la cabeza en otro momento. El alquiler ya lo había pagado la semana anterior, ¿no? “Es la una del mediodía y Toni no sabe pensar nada más profundo, ni falta que le hace”. Un buen bocadillo de lomo con queso entraría muy bien. Pero lo único que le quedaba de carne era una hamburguesa en el congelador. ¿Y queso? Había queso, ¿verdad? Alguna loncha quedaría por ahí. Si no, siempre se la podía pedir prestada a alguno de sus compañeros de piso.

Así, vestido y aseado, Toni tenía una sensación de higiene mental y de bienestar bastante aceptables. Aunque también molaban esos días en los que se ponía a cocinar en pijama a las tres de la tarde. “Beer: the only reason I get up every afternoon”. ¿Dónde leyó eso Toni? En algún bar o algo así. Desde luego, es una buena filosofía de vida, aunque muchas cosas seguramente no acabarían de ir demasiado bien. “¿Y qué?, ¿importan?” Uy, Toni ya hacía demasiado rato que estaba despierto. Sus pensamientos empezaban a fluir de otra manera, a otro nivel. A lo mejor hacía falta quitar algunas castañas del fuego. Así que Toni se concentró en su hamburguesa.

La frió con cebolla y ajo picados, varias clases de pimienta y una salsita extraña que siempre usaba pero que nunca había sabido qué era. Eso, a la vista, le sabía a poco. Abrió el armario de la comida en busca de lo que ya sabía que se iba a encontrar. Una bolsita de pasas a punto de terminarse, un paquete de galletas, unas sopas instantáneas, café soluble… ¿Y en la nevera? Dos quintos de cerveza, un yogurt, ¡una loncha de queso para fundir!, dos manzanas y un tomate. Decidido: hamburguesa à la Toni con pasas, manzana cortadita y queso fundido. ¿Ketchup? No quedaba. Y, por supuesto, todo ello en forma de bocadillo, con el pan que acababa de comprar.

Toni cortó la hamburguesa en dos y la metió en el pan, con los restos de la cebolla frita y los demás ingredientes. ¡Ah! Y un poco de tomate a rodajas no estaría mal. Listo, la comida estaba servida. Y sólo eran las dos y diez. Mientras comía, mirando nada por la tele, salió de su habitación Eduardo, uno de sus compañeros de piso. “Buenos días. ¿Quedan cervezas?” Alguna quedaba en el frigo, pero Toni le pidió que le dejara por lo menos una para más tarde.

A todo esto, el sol dejó de entrar por la ventana del comedor. Ésa era la señal que anunciaba el fin de la mañana. Por la tarde las cosas eran distintas. Si la mañana era sinónimo de simplicidad, fluidez y despreocupación, la tarde significaba más bien cerveza, marihuana y frikadas varias. Algunos seguramente no encontrarán diferencia entre una cosa y la otra, pero para Toni eran muy distintas. Para él las tardes eran momentos para enriquecerse mentalmente con películas, series de televisión (¡pero no series cualesquiera!), charlar con los compañeros de piso e incluso filosofar, aunque no muy profundamente. Los pensamientos profundos son más bien para la noche.

Así que acabó de comerse el bocadillo hecho con la barra de pan sublime, recogió los platos, los lavó antes de que le diera más pereza hacerlo y se apalancó en el sofá a mirar El Gran Lebowski. “Espera un momento. ¿Has dicho sublime?” Desde luego, ha pasado muy desapercibido. Pero es lo que hay. ¿Qué os esperabais?

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